jueves, junio 02, 2022

Recuerda tu Origen

Volver a tu Origen





La Imagen Viva de la Diosa: Pyrena se manifestaba en el Rostro y el Rostro participaba de Ella. Y era aquel rostro hierático lo que quitaba el aliento. Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un poderoso acto de abstracción, separar la Cara, de la Cabeza de la Diosa, la habría encontrado de facciones bellas; en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra, por la forma de los rasgos era indudable la pertenencia a la Raza Blanca; en siguiente orden, cabría reconocer en el semblante general una belleza arquetípica indogermánica o directamente aria: Óvalo de la Cara rectangular; Frente amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los Párpados, puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban por la expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y proporcionada; Mentón firme y prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca, con el labio inferior más grueso y algo más saliente que el superior, era quizá la nota más hermosa: estaba levemente abierta y curvada en una Sonrisa apenas esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía.
Naturalmente, quien careciese del poder de abstracción necesario, no advertiría ninguno de los caracteres señalados. Por el contrario, sin dudas toda su atención sería absorbida de entrada por el Cabello de la Diosa; y esa observación primera seguramente neutralizaría el juicio estético anterior: al contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa presentaba aquel Aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes. Pero ¿qué había en Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente habituados al peligro? Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional. Su Cabellera se componía de dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta longitud, caían a ambos lados de la Cara y otras dos, mucho más pequeñas, se erizaban sobre la frente.
Cada par de las ocho Serpientes estaban a la misma altura: dos a la altura de los Ojos, dos a la de la Nariz, dos a la de la Boca y dos a la del Mentón; emergiendo de un nivel anterior de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían y situaban sus cabezas entre las anteriores. Y cada Serpiente, al separarse de las restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos curvas contrapuestas, como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente movimiento: el ataque mortal. Y las dos Serpientes de la Frente, pese a ser más pequeñas, también evidenciaban idéntica actitud agresiva. En resumen, al admirar de Frente el Rostro de la Sonriente Diosa, emergía con fuerza el arco de las dieciocho cabezas de Serpiente de Su Cabellera; y todas las cabezas estaban vueltas hacia adelante, acompañando con sus ojos la Mirada sin Ojos de la Diosa; y todas las cabezas tenían las fauces horriblemente abiertas, exponiendo los mortales colmillos y las abismales gargantas. No debe sorprender, pues, que aquella impresionante aparición de la Diosa aterrorizase a sus más fieles adoradores.
Lógicamente, tal composición tenía un significado esotérico que sólo los Hierofantes e Iniciados conocían, aunque, eventualmente, disponían de una explicación exotérica aceptable. En éste último caso notificaban al viajero, que a veces podía ser un Rey aliado o un embajador importante al que no se le podía negar de plano el conocimiento, que las dieciocho serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio, el que pretendían haber recibido de la Diosa. Durante el ritual, afirmaban, los Iniciados podían escuchar a las Serpientes de la Diosa recitar el alfabeto sagrado. La Verdad esotérica que había atrás de todo esto era que las dieciocho letras correspondían efectivamente a las dieciocho Vrunas de Navután y que con ellas se podía comprender el Signo del Origen y con éste a la Serpiente, máximo símbolo del conocimiento humano. Pero tal verdad era apenas intuida por los Hierofantes tartesios ya que en esos días nadie veía el Signo del Origen ni recordaba las Vrunas de Navután: al instituir la Reforma del Fuego Frío, los Señores de Tharsis habían recibido la Palabra de la Diosa de que la Casa de Tharsis, descendiente de los Atlantes blancos, “no se extinguiría mientras al menos uno de sus miembros no recuperase la Sabiduría perdida”, y para que Su Palabra se cumpliese, “menos que nunca deberían desprenderse de la Espada Sabia”. Ese momento aún no había llegado y ningún descendiente de la Casa de Tharsis comprendía el significado profundo de esa Verdad esotérica que revelaba la Cabeza de Piedra de Pyrena. De modo que para ellos era también una verdad incuestionable el hecho de que las dieciocho Serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio: las dos Serpientes más pequeñas, por ejemplo, correspondían a las dos letras introducidas por los lidios y su pronunciación se mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa Luna formado por las tres vocales de los iberos. En este caso, las dos vocales permitían conocer el Nombre que la Diosa Pyrena se daba a sí misma cuando se manifestaba como Fuego Frío en el corazón del hombre, es decir, “Yo soy” (algo así como Eu o Ey).
Todos los años, al aproximarse el solsticio de invierno, los Hierofantes determinaban el plenilunio más cercano, y, en esa noche, se celebraba en Tartessos el Ritual del Fuego Frío. No serían muchos los Elegidos que, finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del Fuego Frío: casi siempre un grupo que se podía contar con los dedos de la mano. El meñir estaba alineado hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que la Diosa Luna aparecería invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta alcanzar el cenit, sitio desde donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa que Mira Hacia el Oeste. Desde el anochecer, con las miradas dirigidas hacia el Este, los Elegidos se hallaban sentados en el claro, observando el Rostro de la Diosa y, más atrás, el Manzano de Tharsis.
Cuando el Rostro Más Brillante de la Diosa Luna se posaba sobre el Bosque Sagrado, los Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas cruzadas y expresando con las manos el Mudra del Fuego Frío: en esos momentos sólo les estaba permitido masticar hojas de sauce; por lo demás, debían permanecer en rigurosa quietud. Hasta el cenit del plenilunio, la tensión dramática crecía instante tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal intensidad que parecía que el terror de los Elegidos se extendía al medio ambiente y se tornaba respirable: no sólo se respiraba el terror sino que se lo percibía epidérmica mente, como si una Presencia pavorosa hubiese brotado de los rayos de la Luna y los oprimiese a todos con un abrazo helado y sobrecogedor.
Invariablemente se llegaba a ese climax al comenzar el Ritual. Entonces un Hierofante se dirigía a la parte trasera de la Cabeza de Piedra y ascendía por una pequeña escalera que estaba tallada en la roca del meñir y se internaba en su interior. La escalera, que contaba con dieciocho escalones y culminaba en una plataforma circular, permitía acceder a una plataforma troncocónica: era éste un estrecho recinto de unos dos y medio metros de altura, excavado exactamente detrás de la Cara y apenas iluminado desde el piso por la Lámpara Perenne. Sobre la plataforma del piso, en efecto, había un diminuto fogón de piedra en cuyo hornillo se colocaba, desde que los lidios perfeccionaron la forma del Culto, la Lámpara Perenne: una losa permitía tapar la boca superior del hornillo y regular la salida de la exigua luz. Ahora esta luz era mínima porque el Hierofante se aprestaba a realizar una operación clave del ritual: efectuar la apertura de los Ojos de la Diosa. Para lograrlo sólo tenía que desplazar hacia adentro las dos piezas de piedra, solidarias entre sí, que habitualmente permanecían perfectamente ensambladas en la Cara y causaban la ilusión de que unos pétreos Párpados cubrían el bulbo de Sus Ojos: esas pesadas piezas requerían la fuerza de dos hombres para ser colocadas en su lugar, pero, una vez allí, bastaba con quitar una traba y se deslizaban por sí mismas sobre una guía rampa que atravesaba todo el recinto interior.
Hay que imaginarse esta escena. El cerco de Fresnos del Bosque Sagrado formando el claro y en su centro, enormes e imponentes, el Manzano de Tharsis y la estatua de la Diosa Pyrena. Y sentados frente al Rostro de la Diosa, en una posición que exalta aún más el tamaño colosal y la turbadora Cabellera serpentina, los Elegidos, con la mirada fija y el corazón ansioso, aguardando Su Manifestación, la llamada personal que abre las puertas de la Prueba del Fuego Frío. Desde lo alto, la Diosa Ioa derrama torrentes de luz plateada sobre aquel cuadro. De pronto, procedentes del Bosque cercano, un grupo de bellísimas bailarinas se interpone entre los Elegidos y la Diosa Pyrena: traen el cuerpo desnudo de vestidos y sólo llevan objetos ornamentales, pulseras y anillos en manos y pies, collares y cintos de colores, aros de largos colgantes, cintas y apretadores en la frente, que dejan caer libremente el largo cabello. Vienen brincando al ritmo de una siringa y no se detienen en ningún momento sino que de inmediato se entregan a una danza frenética. Previamente, han practicado la libación ritual de un néctar afrodisíaco y por eso sus ojos están brillantes de deseo y sus gestos son insinuantes y lascivos: las caderas y los vientres se mueven sin cesar y pueden ser vistos, a cada instante, en mil posiciones diferentes; los pechos firmes se agitan como palomas al vuelo y las bocas húmedas se abren anhelantes; toda la danza es una irresistible invitación a los placeres del amor carnal.
Desde luego, el erotismo desplegado por las bailarinas tenía por objeto excitar sexualmente a los Elegidos, encender en ellos el Fuego Caliente de la pasión animal. Aquel baile era una supervivencia del antiguo Culto del Fuego y su culminación, en otras Épocas, hubiese derivado en una desenfrenada orgía. Pero la Reforma del Fuego Frío había cambiado las cosas y ahora se prohibía el ayuntamiento ritual y se exigía, en cambio, que los Elegidos experimentasen el Fuego Caliente en el corazón. Si algún Elegido carecía de fuerzas para rechazar el convite de las danzarinas podría unirse a ellas y gozar de un deleite jamás imaginado, mas eso no lo salvaría de la muerte pues luego sería asesinado en castigo por su debilidad. La actitud exigida a los Elegidos requería que permaneciesen inmutables hasta la conclusión de la danza, manteniendo la vista fija en el Rostro de la Diosa.
Regresemos a la escena. El volumen de la música fue en aumento y ahora es un coro de flautas y tambores el que acompaña los movimientos cadenciosos; las bailarinas jadean, el baile se torna febril y la expresión erótica llega a su apogeo, tras ellas, la Sonrisa de la Diosa parece más irónica que nunca. Los Elegidos se concentran en Pyrena pero no pueden evitar percibir, como entre las brumas de un sueño, a las bailoteantes bellezas femeninas que los embriagan de pasión, que los arrastran inevitablemente a un cálido y sofocante abismo. Es entonces cuando se hace necesaria la intervención de la Diosa, cuando los Elegidos, con la voluntad enervada, solicitan en sus corazones el cumplimiento de Su Promesa. Y es entonces cuando, a una señal de los Hierofantes, la música cesa bruscamente, las bailarinas se retiran con rapidez, y los Ojos de la Diosa se abren para Mirar a Sus Elegidos. Como un latigazo, un estremecimiento de horror conmueve a los Elegidos: los Párpados han desaparecido y la Diosa los contempla desde las cuencas vacías, con Forma de Hoja de Manzano, de Sus Ojos. Ha comenzado la Prueba del Fuego Frío.
EN ESTA DESCRIPCIÓN DE LA DIOSA PYRENA QUE ACASO NO ES IGUAL A MEDUSSA, AHORA EXPLICARE DE LO QUE TRATA DE HACER MEDUSSA O PYRENNA AL CONVERTIR A MUJERES Y HOMBRES EN PIEDRA, ES DOMINAR EL ANIMICUS QUE ES LO QUE NOS ENCADENAN A UN MUNDO MATERIAL, SI LOGRAMOS CONVERTIRNOS Y TRASMUTARNOS EN MUJERES Y HOMBRES KALIBUR PODREMOS CONOCER LA VERDADERA LUZ INFINITA QUE NO TIENE LIMITES EN ESTE MUNDO MATERIAL.
A AQUELLOS QUE QUIERAN SER HIJOS DE PYRENNA O MEDUSA VA ESTE POEMA INSPIRADOR:
Oh Elegido de Pyrena,
      eras mortal y el A-mort de una Diosa
      te ha liberado de la Vida.
      Por Voluntad del Creador Uno
      de barro fuiste.
      Por Voluntad de la Muerte Kâlibur
      de Piedra eres.
      Oh Hijo de la Muerte,
      el Valor tiene tu Nombre.
      Ya no debes hablar,
      sólo actúa.
      Guarda en tu Corazón de Hielo
      el Recuerdo de A-mort,
      mas no recuerdes.
      Sólo vivenciar a Ti Mismo,
      Fuego Frío Inmortal,
      Hombre de Piedra.
  SI ERES HOMBRE DE PIEDRA PODRÁS VERLA OTRA VEZ A ELLA Y RE-ENCONTRARTE CON TU PAREJA CON TU AMOR!!!












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