jueves, junio 02, 2022

EL MISTERIO DE BELICENA VILLCA

EL MISTERIO DE BELICENA VILLCA





En la Epoca en que no se celebraba el Ritual del Fuego Frío, los Hierofantes tartesios permitían a los peregrinos llegar hasta el claro del Bosque 56 Sagrado y contemplar la colosal efigie de Pyrena; allí podrían depositar sus ofrendas y reflexionar si estaban dispuestos a afrontar la Muerte de la Prueba del Fuego Frío o si preferían regresar a la ilusoria realidad de sus vidas comunes. Por el momento la Diosa no podía dañarlos pues Sus Ojos estaban cerrados y a nadie comunicaba Su Señal de Muerte. Pero, no obstante tal convicción, muchos quedaban helados de espanto frente al Antiguo Rostro Revelado y no eran menos los que huían al punto o morían allí mismo de terror. Es que el meñir original había sido plantado en ese sitio por los semidioses Atlantes blancos miles de años antes, pero, en los días de la alianza con los lidios, no existía nadie sobre la Tierra capaz de emular aquella hazaña de trasladar a miles de kilómetros de distancia una gigantesca piedra, y depositarla en el centro de un espeso bosque de fresnos, sin talar árboles para ello: se comprende, pues, que los peregrinos recibiesen la inmediata impresión de que aquel busto terrible era obra de los Dioses. Pero no sólo el meñir era obra de los Dioses, puesto que la conformación del Rostro procedía de esa notable capacidad para degradar lo Divino que exhibían los lidios; astutamente, los tartesios se cuidaron siempre muy bien de informar sobre el origen de la inquietante escultura. Quien lograba reponerse de la impresión inicial, y reparaba en los detalles del insólito Rostro, tenía que apelar a todas sus fuerzas a fin de no ser ganado, más tarde o más temprano, por el pánico. Recuerde, Dr., que, para sus adoradores, lo que tenían enfrente no era una mera representación de piedra inerte sino la Imagen Viva de la Diosa: Pyrena se manifestaba en el Rostro y el Rostro participaba de Ella. Y era aquel Rostro hierático lo que quitaba el aliento. Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un poderoso acto de abstracción, separar la Cara, de la Cabeza de la Diosa, la habría encontrado de facciones bellas; en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra, por la forma de los rasgos era indudable la pertenencia a la Raza Blanca; en siguiente orden, cabría reconocer en el semblante general una belleza arquetípica indogermánica o directamente aria: Ovalo de la Cara rectangular; Frente amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los Párpados, puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban por la expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y proporcionada; Mentón firme y prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca, con el labio inferior más grueso y algo más saliente que el superior, era quizá la nota más hermosa: estaba levemente abierta y curvada en una Sonrisa apenas esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía. Naturalmente, quien careciese del poder de abstracción necesario, no advertiría ninguno de los caracteres señalados. Por el contrario, sin dudas toda su atención sería absorbida de entrada por el Cabello de la Diosa; y esa observación primera seguramente neutralizaría el juicio estético anterior: al contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa presentaba aquel Aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes. Pero ¿qué había en Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente habituados al peligro? Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional. Su Cabellera se componía de dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta longitud, caían a ambos lados de la Cara y otras dos, mucho más pequeñas, se erizaban sobre la frente. Cada par de las ocho Serpientes estaban a la misma altura: dos a la altura de los Ojos, dos a la de la Nariz, dos a la de la Boca y dos a la del Mentón; 57 emergiendo de un nivel anterior de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían y situaban sus cabezas entre las anteriores. Y cada Serpiente, al separarse de las restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos curvas contrapuestas, como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente movimiento: el ataque mortal. Y las dos Serpientes de la Frente, pese a ser más pequeñas, también evidenciaban idéntica actitud agresiva. En resumen, al admirar de Frente el Rostro de la Sonriente Diosa, emergía con fuerza el arco de las dieciocho cabezas de Serpiente de Su Cabellera; y todas las cabezas estaban vueltas hacia adelante, acompañando con sus ojos la Mirada sin Ojos de la Diosa; y todas las cabezas tenían las fauces horriblemente abiertas, exponiendo los mortales colmillos y las abismales gargantas. No debe sorprender, pues, que aquella impresionante aparición de la Diosa aterrorizase a sus más fieles adoradores. Lógicamente, tal composición tenía un significado esotérico que sólo los Hierofantes e Iniciados conocían, aunque, eventualmente, disponían de una explicación exotérica aceptable. En éste último caso notificaban al viajero, que a veces podía ser un Rey aliado o un embajador importante al que no se le podía negar de plano el conocimiento, que las dieciocho serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio, el que pretendían haber recibido de la Diosa. Durante el ritual, afirmaban, los Iniciados podían escuchar a las Serpientes de la Diosa recitar el alfabeto sagrado. La Verdad esotérica que había atrás de todo esto era que las dieciocho letras correspondían efectivamente a las dieciocho Vrunas de Navután y que con ellas se podía comprender el Signo del Origen y con éste a la Serpiente, máximo símbolo del conocimiento humano. Pero tal verdad era apenas intuida por los Hierofantes tartesios ya que en esos días nadie veía el Signo del Origen ni recordaba las Vrunas de Navután: al instituir la Reforma del Fuego Frío, los Señores de Tharsis habían recibido la Palabra de la Diosa de que la Casa de Tharsis, descendiente de los Atlantes blancos, “no se extinguiría mientras al menos uno de sus miembros no recuperase la Sabiduría perdida”, y para que Su Palabra se cumpliese, “menos que nunca deberían desprenderse de la Espada Sabia”. Ese momento aún no había llegado y ningún descendiente de la Casa de Tharsis comprendía el significado profundo de esa Verdad esotérica que revelaba la Cabeza de Piedra de Pyrena. De modo que para ellos era también una verdad incuestionable el hecho de que las dieciocho Serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio: las dos Serpientes más pequeñas, por ejemplo, correspondían a las dos letras introducidas por los lidios y su pronunciación se mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa Luna formado por las tres vocales de los iberos. En este caso, las dos vocales permitían conocer el Nombre que la Diosa Pyrena se daba a sí misma cuando se manifestaba como Fuego Frío en el corazón del hombre, es decir, “Yo soy” (algo así como Eu o Ey). Todos los años, al aproximarse el solsticio de invierno, los Hierofantes determinaban el plenilunio más cercano, y, en esa noche, se celebraba en Tartessos el Ritual del Fuego Frío. No serían muchos los Elegidos que, finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del Fuego Frío: casi siempre un grupo que se podía contar con los dedos de la mano. El meñir estaba alineado hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que la Diosa Luna aparecería invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta alcanzar el cenit, sitio desde donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa 58 que Mira Hacia el Oeste. Desde el anochecer, con las miradas dirigidas hacia el Este, los Elegidos se hallaban sentados en el claro, observando el Rostro de la Diosa y, más atrás, el Manzano de Tharsis. Cuando el Rostro Más Brillante de la Diosa Luna se posaba sobre el Bosque Sagrado, los Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas cruzadas y expresando con las manos el Mudra del Fuego Frío: en esos momentos sólo les estaba permitido masticar hojas de sauce; por lo demás, debían permanecer en rigurosa quietud. Hasta el cenit del plenilunio, la tensión dramática crecía instante tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal intensidad que parecía que el terror de los Elegidos se extendía al medio ambiente y se tornaba respirable: no sólo se respiraba el terror sino que se lo percibía epidérmicamente, como si una Presencia pavorosa hubiese brotado de los rayos de la Luna y los oprimiese a todos con un abrazo helado y sobrecogedor. Invariablemente se llegaba a ese climax al comenzar el Ritual. Entonces un Hierofante se dirigía a la parte trasera de la Cabeza de Piedra y ascendía por una pequeña escalera que estaba tallada en la roca del meñir y se internaba en su interior. La escalera, que contaba con dieciocho escalones y culminaba en una plataforma circular, permitía acceder a una plataforma troncocónica: era éste un estrecho recinto de unos dos y medio metros de altura, excavado exactamente detrás de la Cara y apenas iluminado desde el piso por la Lámpara Perenne. Sobre la plataforma del piso, en efecto, había un diminuto fogón de piedra en cuyo hornillo se colocaba, desde que los lidios perfeccionaron la forma del Culto, la Lámpara Perenne: una losa permitía tapar la boca superior del hornillo y regular la salida de la exigua luz. Ahora esta luz era mínima porque el Hierofante se aprestaba a realizar una operación clave del ritual: efectuar la apertura de los Ojos de la Diosa. Para lograrlo sólo tenía que desplazar hacia adentro las dos piezas de piedra, solidarias entre sí, que habitualmente permanecían perfectamente ensambladas en la Cara y causaban la ilusión de que unos pétreos Párpados cubrían el bulbo de Sus Ojos: esas pesadas piezas requerían la fuerza de dos hombres para ser colocadas en su lugar, pero, una vez allí, bastaba con quitar una traba y se deslizaban por sí mismas sobre una guía rampa que atravesaba todo el recinto interior. Hay que imaginarse esta escena. El cerco de Fresnos del Bosque Sagrado formando el claro y en su centro, enormes e imponentes, el Manzano de Tharsis y la estatua de la Diosa Pyrena. Y sentados frente al Rostro de la Diosa, en una posición que exalta aún más el tamaño colosal y la turbadora Cabellera serpentina, los Elegidos, con la mirada fija y el corazón ansioso, aguardando S

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.